Contamos las espigas que crecen de la tierra yerma. Alegría al ver una, pequeña, rencorosa; luego pasan siglos.
No tenemos queja: tenemos conciencia de la plenitud de las horas y de la vida de las montañas, que duermen pero a veces se agitan en sus sueños de roca.
Y:
"¿Qué hacen aquí?"
"Te esperábamos, desde nuestras madres, desde sus cuentas arrancadas y vueltas polvo."
"Deberían estar en otro sitio: se llega la hora de abrir el ojo izquierdo a la serenidad, el derecho al silencio..."
"¿Y qué queda para el sol que se alza?"
Tarda en responder.
"En verdad", dice al fin, y podemos tocar su tallo frágil, descolorido, tibio al amanecer.
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